Benkos Biojo
(Tomado del Universal, Cartaena, Edicion dia 18 de mayo de 2005)
Día de la Afrocolombianidad
Una historia africana en Cartagena
GUSTAVO TATIS GUERRA
El Universal
La presencia del rey africano Benkos Bioho, se le hizo nítida al novelista cartagenero Germán Espinosa en su viaje a Nairobi.
Benkos, rey de los cimarrones, que enfrentó los ejércitos españoles en las noches de la esclavitud, y forjó el primer palenque de la libertad en el continente.
No se le había ocurrido escribir algo sobre el guerrero africano pero su viaje y residencia en Nairobi, le permitieron perfilar la trama de uno de sus cuentos espléndidos: Orika de los palenques, escrito en 1991, y recogido en su libro Cuentos Completos, publicado por Arango Edit.
Una de sus fuentes fue el Manual de amores coloniales, de Rafael Acevedo y Cortés, publicado en Sincelejo, entre 1906 y 1909. El libro fantasioso, pero necesario para la verificación de lo ficcional y lo histórico: "Historias y leyendas de Cartagena", del doctor Arcos, en donde la leyenda a veces tiene mayor rigor histórico y donde lo histórico tiende a leerse como leyenda.
A Germán Espinosa le enriquecieron el perfil de Benkos, aquellas conversaciones fantásticas con Evelio Núñez Bárcenas, expulsado según él de la Academia de Historia de Cartagena, cuando departían en el Café Metropol con el músico Adolfo Mejía. Las alusiones a Benkos realizadas por fray Tiburcio de Broquetas, la lectura de la novela epopéyica Raíces, de Alex Haley, en 1979, le devolvieron la imagen del rey del arcabuco que había imaginado desde la infancia. Pero mientras Kunta Kunte había nacido en una distinguida familia de Gambia, Benkos Bioho pertenecía "a la realeza de las islas Bissagos, archipiélago del golfo de Guinea sobre el cual su familia, desde tiempos imposibles de fijar con exactitud, ejercía la monarquía absoluta".
Bioho —señala fray Tiburcio de Broquetas— como rey no era compasivo, hostilizaba a las tribus hermanas, con su rostro embadurnado de ocre y arcilla blanca: "Ensañábase con los bujarrones, cercenándoles las cargas", hasta que fue capturado y vendido a los portugueses, junto a su esposa, la reina Wiwa, su niña Orika y el menor, el pequeño príncipe Sando Bioho, heredero del trono.
Para imaginar la travesía de Benkos a América, el escritor se detuvo en la actitud de los africanos capturados, a bordo de las mazmorras nauseabundas del barco. Algunos de ellos, prefirieron arrojarse al mar o tragarse la lengua "mediante el emotivo expediente de empujar la glotis sobre la tráquea". Benkos lo hubiera hecho si no fuera por su condición sagrada. En el barco, sabedores de su talante de guerrero, los otros esclavos veneraban a Benkos. Hubo ceremonias africanas dentro de esas mazmorras, en los breves paréntesis que lo permitía el viaje y la vigilancia de los esclavistas. A Benkos lo carimbaron con un hierro ardiente al igual que a su familia. Los españoles no prefirieron llamar a sus esclavos con sus nombres originarios. Así Benkos no se llamaría Benkos sino Domingo, y Wiwa se llamaría Marta, y Orika, Benilda, y Sando, se llamaría Mateo. El destino de Benkos sería una de las galeras del comerciante Juan de Palacios. El resto de la familia fue a parar a un patio enclaustrado donde el capitán Alonso de Campos, que trabajaba bajo las órdenes del Gobernador Suazo de Casasola.
Por las noches el capitán Alonso de Campos solía entrar a la alcoba y acariciarle el trasero a la reina Wiwa, en ausencia de su esposa, según versión de Evelio Núñez. Adolfo Mejía le guiñó el ojo al escritor Germán Espinosa y le dio a entender que eran puras especulaciones imaginativas del historiador, pero más tarde en Nairobi, el novelista se acordó de este episodio contado en el Café Metropol, de Cartagena, al tropezarse con el libro "Negroes Special Subjects", de Norman Mislaid, en el que dice que "para las mujeres del golfo de Guinea, como para las italianas de hoy, una caricia en el trasero era casi equivalente a una venia".
Afirma Espinosa que "aquello no tenía por qué saberlo don Alonso de Campos, pero su inspiración pudo ser tan legítima como la de Núñez Bárcenas que tampoco tenía cómo haberse enterado de tan íntima minucia". Y agrega Espinosa: "Más conocida es la costumbre de los esclavos africanos de bañarse desnudos y en tropel en los patios traseros de las casas de sus amos, hábito que certifican numerosos cronistas y del que di cuenta ya en mi novela "La tejedora de coronas", en la cual arguyo cómo, al ser los negros tenidos como animales, mirar sus genitales era tan normal como hacerlo con los de las caballerías, lo cual placía sobremanera a damas y caballeros españoles y criollos. A ello debe agregarse el desenfado de los africanos respecto a la desnudez física. Traigo todo esto a colación sólo para explicar cómo Francisco de Campos, joven hijo del capitán, reparó por primera vez en la belleza corporal de Orika, dite Benilda, cuyos senos virginales y cuyo sexo apenas musgoso lo arrebataron hasta el delirio".
Desesperado por su encierro, Benkos Biohó sublevó a los esclavos de una de las galeras de Cartagena y desarmó a los guardianes y se erigió como el rey de la Ciénaga de la Matuna que tenía más de cuarenta leguas.
El joven Francisco de Campos fue encomendado por el gobernador de Cartagena, para diezmar indios panameños. Benkos desafió el poder español desde una empalizada, y junto a otros cimarrones, escaló los muros de la casa de Alonso de Campos donde estaba su mujer y sus hijos. Lograron reunirse entre los manglares —la joven Orika tenía el corazón oprimido al abandonar la vieja casa de cantería, en donde en su planta baja había sostenido una relación clandestina con el hijo del capitán—. La travesía de los cimarrones abarcó la Matuna y la única calzada de Getsemaní —la Calle Larga— en donde Benkos inició la batalla contra los españoles, en los mismos escenarios de gestación y construcción de la Independencia, dos siglos después. Llevaban un arsenal de armas de fuego logrado en la sublevación y dormían en medio de las aguas, huyendo en la oscuridad. Pero cada día se sumaban más esclavos escapados.
Fue entonces como el gobernador Suazo Casasola ordenó al joven Francisco de Campos encabezar la cuadrilla con la misión de exterminarlos. Con el joven Campos iba el comerciante Juan Gómez, amo de muchos negros rebeldes. Orika sabía que la tropa que los perseguía estaba al mando del hombre que había aprendido a amar en los silencios del amanecer en la vieja casa. Benkos no sabía de ello. Wiwa sí y no reprobaba del todo aquella relación, según Broquetas. "Su corazón se había tornado piadoso hacia un sentimiento impuesto", escribió el dominico. Con flechas y escopetas, Benkos desafió la tropa y dio muerte a Juan Gómez. La columna de negros—cuenta Espinosa— siguió al sur buscando un terreno plano, "próximo a un arroyo de aguas incesantes, que todos consideraron muy apto para alzar rústicas viviendas y rodearlas con una estacada defensiva.
Así nació el palenque de San Basilio, cuyo bautismo con el nombre o bien de un arzobispo de Tesalónica o bien de otro de Cesarea, no vino a producirse sino mucho después, cuando los negros cristianados dieron en la flor de elegir un patrono". La tropa del esclavista fue derrotada en el palenque. El gobernador delega a Diego Hernández de Calvo para enviar contra los cimarrones una tropa más fuerte. Y el joven Campos suplica al gobernador que le permita ser subcomandante de esta misión.
Benkos se enteró del segundo ataque planeado, y aguardó a la tropa a la que atacó con flechas y armas. España no se atrevió a enfrentar a los cimarrones liderados por Benkos. Menos aún, si entre los heridos se encontraba el joven Francisco de Campos, que yacía con una herida en el pie. Lo tuvieron como rehén en uno de los bohios del palenque, previniendo un nuevo asedio. Orika habló con su madre Wiwa para que intercediera ante Benkos, a fin de curarle la herida. Benkos aceptó porque vio la conveniencia de mantenerlo vivo. Una vez cicatrizada la herida, Orika y Francisco planearon la fuga. Le dio al centinela un cocimiento de calabonga que lo mantuvo dormido. Salieron del palenque en la vasta noche, él le había dicho a Orika que su padre se vengaría de esa acción. Uno de los guardianes del palenque descubrió la sombra de los huyentes. Francisco de Campos fue herido en un pulmón. Orika arrimó el cuerpo sangrante a un árbol, y lo abrazó. La cuadrilla presidida por su padre quedó paralizada ante la escena. Benkos, desconcertado y ultrajado en su orgullo, quedó petrificado. Un grito evitó que sus hombres atacaran. Lo que sigue ha sido descrito de diversas maneras por la imaginación de cronistas y novelistas.
El monarca Benkos ante la escena de su hija abrazada al cadáver de Francisco de Campos, no encuentra otro castigo a la traición que la muerte. Wiwa suplica junto a Sando Bioho, la caridad y la compasión. La noche siguiente, en una olla de barro sobre un fogón de leña, el hechicero de la tribu extrajo una hierba fatídica de una calabaza. La entregó a Orika diciendo: "Bebe el manjar de los dioses". Ella bebió con coraje el veneno. Dicen que el fantasma de Orika ronda con su luz las noches del Palenque de San Basilio. De ella poco se habla en los textos históricos, mientras la figura de Benkos ha sido magnificada y estudiada por antropólogos, sociólogos, historiadores y novelistas. Se omita la historia de Orika, "una heroína de regusto un tanto europeo, poco creíble desde el punto de vista de las costumbres africanas, y nada de raro tendría que su historia hubiese sido contada ya por un arquero veronés, en algún camino de Italia, al inasible Luigi da Porto".
En 1620 Benkos Bioho le dijo al gobernador español: "Nosotros los africanos nunca hemos sido esclavos".